domingo, 21 de octubre de 2012

Bitácora



Desde el momento que me dijiste que habíamos nacido el mismo día,
lo supe. Tu piel sería, a partir de entonces, mi cuaderno de ruta.

Así conocí primero las sendas de tus pecas hacia tus labios, puras
delicias montañosas de tu rostro, brújula de mis ansias lascivas.

Después, trazamos con tus lunares, constelaciones y estrellas,
con la serenidad de un cartógrafo, admirando el cielo justo a su lado.

Emprendimos un viaje, marcado por las flechas y líneas de unión
entre nuestros cuerpos. Y nos creímos, ilusos, en un plácido destino.

Ambos nos perdimos juntos, cuando en la llanura de tu espalda
de improviso surgió aquella mancha violácea, con forma de Casiopea.

Creció como Andrómeda y sus hijas Perseidas, en tus hombros varadas.
Y nuestro camino fue el del dolor y la enfermedad durante un tiempo.

Pero paciencia y curación, hicieron recuperar una dirección más recta,
enfilada con júbilo, a pasos coincidentes, entre tañer de campanas.

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