Zoologischer Garten Station. 7:30 tarde. El otoño te atrapa
un día agonizante de septiembre, jugando contigo, soplándote,
carta
de una baraja que formula estrategias oblicuas al subir
de
las escaleras mecánicas, pasajero y otra vez, en tránsito.
Llegaste en el Express Transeuropeo de París la pasada noche.
Recorriste
en el día la Kurfürstendamm buscando consuelo, refugio...
Te
sentiste Alicia en las ciudades, en esta isla fraccionada de la planicie.
Disfrutaste
de la música ambiental hecha por, y para, camaleones.
Mas ahora a punto de partir, de estación en estación, recoges a tu paso
fantasmas
estacionados en los sótanos, andenes y baños, en las salas
y
espejos, reflejos no de la niña de Lewis Carroll. No. Es Christiane F.,
su
semblante pálido y heroinómano, una muerte joven, atractiva.
El frío y el miedo te arrojan a la Jebensstraße, de hace más de tres
décadas.
Y
tu imagen en los cristales no capta ya en el marco de tu rostro
ni el corazón ni el rayo tatuados antes sobre tu parpado. Perdidos.
Demasiado
tarde quizás, para ser rencoroso, vengativo. Nunca más héroe.
Sin embargo, coges valor, al ver la luz azul celeste de la bajada a la
U-2.
La recibes como un signo de esperanza, que te lanza este mundo,
para
infundirte ánimo y hacer de él tu nueva colonia, aunque nunca hogar.
Esperas
ahora el Sibirjak, para ir más lejos, en esta, interminable, Europa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario