No hace tanto tiempo que un viento juguetón,
todavía vagaba por los cielos.
Era bravo y peleón, más veloz que ninguno,
joven, alegre y errante a través del inmenso azul. Así, se atrevía a jugar a su
antojo y placer con las pobres nubecillas, transportándolas donde él quería, y
abandonándolas luego. Él nunca se arrepentía porque sabía que ellas siempre se
dejarían arrastrar por él.
Una buena mañana, una nube alomada y hermosa,
fue a cruzarse con el admirable viento, que quedó totalmente sorprendido de su
gaseosa belleza; y cambiando su habitual táctica se le acercó, poco a poco,
como una cobarde corriente, y sigilosamente pasó al lado de su blanca corona.
La nube enseguida se dio cuenta por su suave silbido, del aire que la acompañaba.
El viento se había enamorado de la nube y
siguió su estela. Por su parte la nube, dejándose cortejar, le concedió
acercarse cada vez más, para al final mecer sus cabellos de vapor. A los pocos
días, al llegar la noche la acunaba y cuando dormía le preparaba un vacío
interior como un regazo para llevarla.
Viajaron juntos mucho, mucho camino. Tantos
kilómetros, que si hubieran sido recorridos en línea recta, les hubieran hecho
cruzar de una a otra parte del mundo. Pero ella se empeñaba en avanzar siempre en
círculos, nunca en la misma dirección que el día anterior.
El paso del tiempo le hizo ser más sensible
al destino de la nube, y procuraba acogerla cada vez con mayor cuidado para no
deshacerla. Gradualmente, sin embargo, se dio cuenta de que ella se iba
haciendo más silenciosa y gris.
Llego el día en que sin previo aviso, la nube
lloró lágrimas de lluvia y le dijo que había llegado el momento en que debían
despedirse, y sin decir más, desapareció misteriosamente en el horizonte. Fue
aquella la primera vez que él quiso llorar también, pero al ser viento no pudo
hacer tal cosa.
De pronto se dio cuenta que ya no era joven,
sino maduro; ni cálido, sino frío, y que si mantenía el recuerdo de la nube se
volvería poco a poco, viejo y glacial. Finalmente, para apartar la tristeza, se
le ocurrió hacer lo que siempre hizo con el resto de nubes.
Y cuentan que expresando sólo un ligero
bufido de queja, el viento simplemente cambió de orientación y se alejó.
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