domingo, 3 de marzo de 2019

Háblame, Mark D. Hollis


Ojalá no hubiese visto en las noticias,
que habías desaparecido inadvertido.
Y no fue por accidente como preveías,
Ni en aquella famosa fiesta de mascaras.

Tu delicadeza, venía de otro mundo,
la vía de escape de hombres oxidados,
de cualquier palidez de esa naturaleza,
florecida en el color de tu primavera.

En esta sonrisa ímplicita de los besos,
en la suerte del abandono a la belleza,
matando el desarraigo, entre los jardines
grises del tiempo, juez de proceso repentino.

No era circunstancia de relajo o vergüenza.
Quizá cuando dejaste de creerte un mercenario.
¿Perdiste la fe en tu oído perfecto?
¿Te reconocías acaso en el espejo?

Cruel verano de destino y herencias deshechas,
ahogado refugio de ríos desmembrados,
y brisas en meandros abiertos ascendentes,
agrios y austeros de velos entredorados.

Las semanas se extiguieron, y la juventud.
Las calles cambiaron y se fugó el deseo.
Ya no habían juegos, sueños, ni multitudes.
No más largas entregas ni extremos compromisos.

Creíste en nosotros, y también descreíste,
tú portando la felicidad de los sencillos,
un salvamento de la inocencia, una promesa
dorada, nunca más, jamás, la misma canción.

Salvación sagrada y libertad, ritmo y fraseo,
deuda pesada, brazos calmos escalan con fe,
respuestas selectas y al fondo una efigie
bendita, elevada en errantes corrientes.

Tú qué sublimaste la melodía, el tempo,
en un espíritu de Eden sin final, ayer
te llegó el mañana comenzado y esperado
aquella cosa de risa, en esa última vez.

El dolor tránquilo al fin, la vida terminada.
Simplificaste tanto todo este sonido.
Veinte años tocando sobre la misma nota,
un continuo, extraño y apasionado silencio.

No hay comentarios: