sábado, 9 de septiembre de 2017

Minuit á Bir-Hakeim (al borde del Sena)


Empieza el desfile cada amanecer
con los rastros de raso y seda,
las lentes de varias ópticas
y el deseo de un recuerdo.

Capturan la luz bajo los arcos
del Puente, entre sus pilares.
Objetivos emocionados,
atentos y bien abiertos.

Desde Tailandia hasta Australia,
llegan hasta los encuadres
donde se pliegan tiempo
y espacio cinemáticos.

Los timbres ciclistas o el girar
alegre de los radios jalona
el paso marcial del día.
inferior al del metro.

Entre las corrientes del romance
baja el horizonte, de la libertad,
hacia la torre y más allá,
llega hasta el alma.

Es la noche, ya entre flashes, la líbelula
de trescientos metros, con cuatro
pies despliega sus alas de luz.
Llega, por fin la hora mágica.

Alrededor de la medianoche. Música.
Bailan. Algunos descorchan botellas.
Se despojan así del maquillaje
de ciudadanos ordinarios.

Entonces, vuela el pensamiento.
Todo responde a corazonadas:
con una sístole de hierro,
y una diástole de agua.

Dando un paso adelante entre la brisa,
que no les despierta, sino que les
sume aún más en este borroso
sueño de cristal y artificio.

Retornan maravilladas las novias
cansadas, con sus pies descalzos
por las riberas, a sus hoteles,
a consumar su felicidad.

Y las cosas, de aquí en adelante,
reposan y parecen quedarse
en bucle, donde un desierto
tablero ya no grita alegría.

Los embarcaderos esperan ya
tranquilos al tránsito normal
de otros pies sentimentales.
Lejos ya de la medianoche.

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