sábado, 30 de septiembre de 2017

Isla Tulipa


Esta isla no es una isla. Al tiempo,
la impregnan, una sensación lacustre
y otra bahiana. Empedrada, de sabor
amargo, y al fin dulce: caliza y vitrea.

La lúcidez tenue de las personas,
resulta aquí transgredida, imbuida
en sus trayectos volubles y sinuosos,
de una confusión deseada, críptica.

Bajo esa sugestión sentiente, sí.
Sólo sometida al secreto del tracto
de su río, funciona virtuosa, una
cuasi transparente transformación.

Cada cual escoge sobre esta señal,
su personal heterónimo para seguir,
subtérraneo, no hay duda, pero noble,
subiendo cada día su propia colina.

Mas hay quién se convierte aún,
en arquitecto de mayor infección
a su espíritu, y elige multiplicidad
de signos y enigmas para si mismo.

Moverse en preferencia nómada, mas
no sumisa, sino encinta de novedad,
paseante y flexible, fue mi opción sin
prejuicios, rondadora permanente.

Descorazonador encanto deslavazado,
orillado de evasiones, connatural,
que, cuando no taciturno, transgresor,
dio pie a una vida nueva. Estética.

En el horizonte, ahora un sol errante,
honra al oriente, capitán en pacífica
busqueda de lo sagrado e infinito.
Con sentido sensual, pletórico. Indeleble.

Iluminada, la razón derriba diques,
abraza al misterio, testifica los besos
de balsas de ideas a las tierras escritas.
Surge, cómplice, un privilegio: la verdad.

Mimetizo, al fin la singularidad inmensa,
azur y salina que se enfrenta a la sombra
del cenizo olivo en el que apoyo mis manos
en extrañas, solicitantes, posiciones.

Surge una marcial marcha de inhibiciones
en esta ciudad heroica al final de la costa.
Que opera usual en mis maneras, el rol
de una clarividente claraboya. Isla tulipa.


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