domingo, 11 de agosto de 2013

Recuerda que Perseo lloró por ti en las costas de Portugal...


Llegada a la antigua estación de Santa Apolonia.
1994. Llamativo el olor a gasoleo permanente
mientras mis adolescentes brazos bajaban
y portaban las mochilas, compañeras de viaje.

Un Talgo nocturno a otro país. Fue el primero.
Desayunamos en el exterior, mapa en ristre,
en la Rua Caminhos de Ferro: un chocolate
y tres cafés con leche. Quinientos escudos.

Subimos a la colina del Jardim Botto Machado,
y miramos azotados por la brisa el estuario del Tajo,
las costas del bravo Atlántico y la reconstrucción
del Chiado, seis años pasados del incendio pavoroso.

Cipreses y magnolios, decoraban nuestro paseo,
miradores cubiertos de azulejos cianes. Pessoa
parecía que se iba a aparecer en cualquier esquina.
Aquella magia pendía del aire con hálito permanente.

Tomar O Carris a cualquier parte como consigna.
Disfrutar de un tiempo suspendido: Entrecampos,
Mârques Pombal, cruzando Baixa y Barrio Alto
hasta Alfama, elevador de Santa Justa. Descanso.

Comida y labores de interprete con los camareros.
"Bacalhau à brás pra quatro, dos birras e dos
coca-colas, por favor. Obrigado". Fuerzas
tomadas para la tarde. Escala a Praça do Rossío.

Urbano de la línea a Sintra. Visita al parque y
palacio nacional, y en marcha con el coche
alquilado para una semana. Esperaba el hotel
en Cascais, última etapa. No llegamos a cenar.

Un apagón eléctrico varió los planes de la noche.
Nos aconsejaron abordar aquel velero cercano.
Aquella casualidad. Agarrados al mastil tú y yo,
miramos hacia arriba, sin luz artificial alrededor.

Observamos el polvo cósmico incadescente,
107 lágrimas derramadas del Swift-Tuttle entre
los días 11 y 12 de Agosto. De pie en la cubierta,
mamá apoyaba la cabeza en el hombro de papá.

Tus ojos asombrados de 11 años, al fin se cerraron
cansados sobre las tres de la mañana, reteniendo
esos chispazos. Al instante supe que brillarían en ti
por siempre jamás. Nunca estuve tan acertado.

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