domingo, 25 de noviembre de 2012

Espíritus de Manhattan





















Los espectros de hierro de John y Washington Roebling, llegan a Manhattan,
colosales, crepúsculates, acompañados de melodías de George y Ira Gershwin.
Trepando las paredes de los teatros de la Quinta Avenida, Peter Parker,
vigila las calles y sueña con los ojos verdes, pelo rojo de Mary Jane Watson.

Broadway Danny Rose se cruza con Annie Hall en la carnicería kosher.
Encantada le alquila para su fiesta de mañana un malabarista sin brazos.
Turistas en taxis amarillos por las calles, luego paseantes casuales,
recorren la ciudad laberinto por sendas trazadas en mentes inescrutables.

Harlem es negro, norteamericano, Harlem es hispano, castellano.
Permanecen en sus esquinas, las pisadas de García Lorca y Pepe Hierro.
Cuadernos de poemas devorados por cocodrilos en las profundidades,
vagabundos caídos, almas roídas, basura en el fondo del Hudson.

El intelectual compra de librería vieja un Don Quijote y un Poe.
Un bailarín de claqué deja caer su chaqueta, mientras hace su zapateo.
Vagando por Central Park inacabablemente hasta Madison Avenue,
los colores en la oscuridad han acabado tristes, muertos y apagados.

Las agujas de los edificios aún apuntadas al cielo, iluminando el camino.
Señalan la victoria del hombre llano y el fracaso de los fanáticos.
El West Side End hace que Moloch sea de nuevo encadenado en las alturas,
y Liberty Island cuenta a sus hijos que allí, decir no, siempre es absurdo.

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