...En mi horizonte, fiero,
implacable,
aparece sin razón aparente,
tan alto, que semeja
infranqueable.
Es sólido, de mi mente no
producto,
real al tacto, vertical, firme,
solemne.
Inmenso, en bloque de roca. Un
muro.
Plantado en la inmensa nada lisa,
en la que pesa la tensa soledad
que hace del lugar su rara
divisa.
Aunque es inasumible, lo
contemplo,
no hay apertura, grieta u oquedad
en este extraño y absurdo
monumento.
A izquierda o derecha, no
interrumpe,
su fuerte construcción este
elemento.
Puertas, busco en su camino, y
no irrumpen.
Asaltarlo, alternativa,
pensamiento constante.
Me parece haber tomado esta
decisión, pero
¿podré subir esta pared gigante?
Me encaramo con pies y manos, me
encelo,
a las duras aristas de la
piedra, escalando,
pugno con lo que parece tiene
límite en el cielo.
Tras días, semanas en el muro,
donde lucho,
duermo, sufro, sudo, acabo por
creer
que no puede haber objetivo más
duro.
Sin aviso, mi mano temblorosa,
encuentra,
cuando todo lo sentía ya perdido,
el último bloque, fin de la
pelea cruenta.
Me siento en su borde, lo domino.
Sorprendido, estoy con lo que
vislumbro,
pues la nada es lo único que
adivino.
Me decido a descender por el otro
lado.
Rápido, con hálito de prisionero
fugado,
en un solo día ya lo he bajado.
Abstraído por la alegría, del
simple hecho,
de tener ya ambos pies en pleno
suelo, corro.
Sin dirección, libre, las rocas
de vista pierdo.
Mas mi alegría acaba pronto, en
un momento,
paralizado, perplejo, pese a que
confirmo
cuanto ya sabía en mis adentros,
cuando oteo...
...En mi horizonte, fiero,
implacable,
aparece sin razón nuevamente,
tan alto, que asemeja
infranqueable...
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