Memphis. Nadabas intenso en el canal, vestido
por completo, mirando entre las nubes y niebla,
hacia la luna llena, grabando finas estelas
tus botas mojadas, frente a los fletes pesqueros.
Led
Zeppelin, su “Whole Lotta Love”, parecían ecos
en tu prodigiosa garganta. Al lado del bote,
el roadie Keith. Quince minutos en Wolf River Harbor,
afluente del Mississippi que te tragó entero.
De cuerdas en meandros del río, solos y rasgueos
en mástiles al agua extraños, llamaban, ajenos,
articulando tus hundidos fraseos, registros
y diarios de voces conservadas en tiempo lento.
Tu gracia, ya no era de este mundo, yació
en barro punteada, sobre botellas vacías.
Crecientes vientos de agua hirientes no sonaron
a recuerdos,
sino a ondas, theremines nuevos.
Cinco
días: Ya te uniste a imaginarios
hermanos
eléctricos del delta que devolvió
tu
cuerpo. Las noticias que las señales de radio
daban de
tu desaparición, al fin se detuvieron.
La
dulzura de tu sonrisa, aún en tu rostro.
Te recogieron
dos hombres, una cama de brazos.
Al asirte
por los hombros, parecían escuadra,
eterno
ángel, cohorte guardiana, caballeros.
Certifican
esta temprana muerte, en Beale Street,
cuatro de
Junio. Guarden tu ataúd, negros halcones,
vuelen
nocturnos. Dancen armonios y dulcimeres,
dobros,
mandolinas. Salven siempre tu joven sueño.
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